Una rosa paseando de la mano de otra rosa por las luminosas calles de Paris bañadas por la lluvia, cuando el día se confunde con la noche, rezumando un cálido perfume de invierno lejano.
Tomada con cuidado desde la base del altivo tallo para conservar su gracilidad sin exponerse a la inclemencia de sus afiladas espinas.
Una rosa tan frágil como fuerte, con esos diminutos puñales verdes que la protegen. Portadora en su seno de un fuerte aroma de nostalgia y esperanza que arrebata toda desesperación a la espera.
Cuando, al saltar hacia el vacío, se iluminaron los puentes. Cuando, de la mano del petit prince cerraron los ojos para contemplar lo invisible y el andén se iluminó de sonrisas. Cuando no hubo más caídas, y a pesar de no tener rumbo, caminando sin miedo la rosa se trazó un destino.
Y al final de esta lucha eterna, cuando ganó el corazón, fue la rosa quien mantuvo su porte enhiesto en el campo de batalla, impertérrita. Y sin cejar en el empeño de hacer reales los sueños, la realidad se volvió un sueño.
Una rosa de los vientos, una rosa del desierto, una rosa de Jericó, una sencilla rosa roja. Brújula inmortal de romántica belleza. Una rosa universal portadora de un símbolo tan primitivo como eterno.
Y es que hay cosas que nunca cambian, ni espero que lo hagan.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo