En su libro Les véritables principes de la grammaire (1769), Dumarsais nos descubría, hace ya casi tres siglos, un error hoy en día cada vez pronunciado con mayor frecuencia. Así dice:
"En el ejemplo tengo un reloj, tengo debe entenderse en su sentido propio, pero si afirmo tengo una idea, tengo sólo se dice de manera imitativa. Es una expresión prestada. Tengo una idea significa pienso, concibo algo de esa manera o de esta otra. Tengo ganas significa deseo, etc".
Erich Fromm, en su obra Ser o tener, retoma esta idea de la siguiente manera:
"Al decir 'tengo una preocupación', en vez de 'me siento preocupado', se elimina la experiencia subjetiva: el yo de la experiencia se ve reemplazado por la posesión. Transformo mi entimiento en algo que poseo: la preocupación; pero 'preocuparse' es una expresión abstracta que se aplica a todo tipo de dificultades. No puedo tener una preocupación, porque no la puedo posser; sin embargo, ésta puede poseerme. Es decir, transformo mi yo en 'una preocupación' y soy poseído por mi creación. Esta manera de hablar revela una alienación oculta, inconsciente. (...)
Si hablo de 'tener insomnio' en vez de decir 'no puedo dormir', revelo mi deseo de eliminar la expericencia de angustia, inquietud, tensión que me impide dormir, y tratar el fenómeno mental como si fuera un síntoma corporal."
Sería lógico pensar que los procesos y las actividades no pueden poseerse, sólo pueden realizarse. Y, sin embargo, en la sociedad actual en la que vivimos parece que tener es una función normal de la vida: para vivir, debemos tener cosas.
La literatura y la filosofía han tratado de sugerirnos esta dualidad engañosa con el fin de despertar nuestra mente adormecida. A principios del s.XIX, se publicaba Fausto. Goethe, acervo enemigo de la deshumanización y la mecanización incipiente de su época, crea una descripción dramática del conflicto entre el ser y tener (esto último representado por Mefistófeles). Por otro lado, el pensamiento budista, la última moda occidental para resolver la ecuación de la felicidad, nos dice que, para alcanzar la etapa más elevada del desarrollo humano, no debemos anhelar posesiones. Una idea sin duda descabellada para la sociedad de consumo en la que nos encontramos.
Como siempre, la clave está en el equilibrio, en la búsqueda de ese específico "punto medio" intrínseco a cada uno de nosotros.
Aunque hay cosas para las que no existe ese "punto medio", y el amor es una de ellas:
"El amor no es algo que se pueda tener, sino un proceso, una actividad interior a la que se está sujeto. Puedo amar, puedo estar enamorado, pero, al amar, no tengo... nada. De hecho, cuanto menos tenga, más puedo amar."