Esto era un sueño, un primer trabajo y una nueva vida. Una crêpe de chocolate ante una sonrisa azul que escucha una melodía envolvente mientras se pierde románticamente por las calles y entre las páginas de cualquier libro...

miércoles, 21 de mayo de 2014

Glorieuse Athènes




La gloria de Atenas y su espléndido pasado todavía se deja entrever entre los numerosos vestigios griegos, romanos, turcos... También fueron caballeros franceses, italianos, aragoneses y sicilianos los que ocuparon la ciudad en diversos momentos, contribuyendo todos y cada uno de ellos a su heteroéneo legado.

De sus más de 3000 años de historia destaca, sin duda, su vieja gloria por excelencia, la Acrópolis. Su acertado nombre procede de las palabras griegas "akros" elevado y "polis" ciudad, pues la Acrópolis se encuentra en lo alto de una colina erigida en medio de Atenas, portando en su cima toda la magia de su historia antigua. Desde su cumbre se divisa una buena parte de la costa y las tierras de la vasta provincia de Ática.

La ladera de la Acrópolis la pueblan los barrios de Plaka y Monastiraki, en pleno centro de Atenas. Un sinfín de casas de colores pastel que recuerdan a aquellas de Estambul bordeando el Bósforo ornamentan sus callejuelas, entre restaurantes, comercios, grandes patios y cuidados jardines. Y entre Plaka y la Acrópolis, subir por las calles empinadas un paseo por el barrio Anafiótika con sus pequeñas y sencillas casas blanca apiladas en la ladera al estilo de las islas cicladas.

Y en lo alto de la Acrópolis, su joya más preciada. El partenón se eleva, majestuoso, hacia el cielo azul. Desde allí, la vista de las columnas de mármol elevadas por el encima de la Atenas moderna, su vegetación mediterrànea de arbustos y olivos, y el mar atracando en el puerto de Pireas es impresionante. Dos mil quinientos años llevan esas columnas sosteniendo lo que queda de la morada de la diosa Atenea, protectora de Atenas.


Y es que lo que queda es aquello que no fue trasladado al museo de la Acrópolis a modo de protección de las inclemencias del tiempo o, por desgracia para los griegos, desvalijado. Guerras e invasiones a lo largo de los siglos arrasaron con todo objeto de valor, entre ellos una soberbia estatua de Atenea de oro macizo de la que cuentan fue fundida como botín. A principios del siglo XIX, durante la dominación turca de Atenas, y como agradecimiento por su apoyo contra los franceses en Egipto, el imperio otomano regaló a Inglaterra la mitad de los ornamentos del Partenón: doce estatuas, una cariátide y el friso que se alzaba sobre sus columnas. Ni la diplomacia ni el "derecho a la tierra" han conseguido, de momento, devolver nada a Atenas.

Frente al Partenón se encuentra el templo de Erecterion, famoso por su balaustrada de cariátides desafiando estoicamente las inclemencias del tiempo y la rapiña.




Descendiendo la ladera de la Acrópolis, siguiendo las ruinas de piedra esparcidas por doquier, se llega al Agora antigua, el centro de toda la actividad política, administrativa y comercial de la griega Atenas. Solo se conservan los cimientos de los edificios, y es ahí cuando la imaginación toma el relevo.


Lejos del centro, la ciudad se la disputan unos edificios modernos, bloques de cemento de grandes ventanas y poco glamour, salpicados de lo que otrora fue una majestuosa casa de estilo colonial de la época de la dominación turca, y de la que ahora solo quedan sus majestuosas ruinas. Las calles llanas son escasas y abundan las cuestas empinadas y las numerosas cajas de aire acondicionado en cada balcón. Las iglesias ortodoxas rezuman de adornos hasta la saturación, vidrieras de colores y doradas imágenes icónicas.

La historia se entremezcla con la mitología hasta quedar completamente unidas.

Saborear esos momentos únicos entre las ruinas de lo antiguo y lo moderno. Cenar a los pies de la Acrópolis, bajo la tenue luz de sus focos, las velas y las estrellas. Disfrutar del calor de la tarde en la terraza del Fresh hotel o del lento anochecer desde la terraza del Restaurante-Coktail Bar "360°" situado en un último piso, elevado sobre Plaka y la Acrópolis. Perderse por las calles y sobre todo las callejuelas de Monastiraki a la caza y captura de terrazas y conciertos. De pitas y Mithos durante el día, y de MithosBackgammons y conciertos al caer la noche.


Desde Pireas hasta Voula. Bordeando la costa con el tranvía descubriendo playas, calas, pequeños pueblecillos olvidados del trajín de la ciudad y del turismo. 




Sencillez y dejadez en lo que fue una de las ciudades estado más poderosas del mundo antiguo.






Desde Voula, y para rematar la costa oeste de Ática que da al mar Egeo, continuar la ruta hasta e
l parque nacional del cabo Sounion, frente a la isla de Makronisos, y ver cómo al anochecer los últimos rayos del sol perfilan la silueta del templo de Poseidón situado en uno de los más altos acantilados del cabo.




Cuenta la leyenda que el héroe Teseo, hijo del rey Egeo, había prometido a su padre informar de su victoria con el Minotauro de la isla de Creta izando velas blancas en el barco de regreso. Si, por el contrario, era derrotado, el barco izaría velas negras. Mas quiso la fatalidad que Teseo, victorioso y apresurado por regresar a casa, olvidara izar las velas blancas. El rey Egeo, al ver llegar el barco de su hijo con velas negras, preso de dolor, se arrojó desde lo alto del precipicio al mar. En su honor y en su recuerdo, se denominó Mar Egeo, y en señal de respeto y adoración se le construyó un templo al dios del mar, Poseidón.





Place me on Sunium's marbled steep, 
Where nothing, save the waves and I
May hear our mutual murmurs sweep;
There, swan-like, let me sing and die: 
A land of slaves shall ne'er be mine— 
Dash down yon cup of Samian wine!

Lord Byron (1788–1824)





lunes, 5 de mayo de 2014

Coucher de soleil



Tombée du jour au port de la Rapée.

El cielo tiñe el Sena de un suave color carmesí. Los colores se intensifican, se atenúan, se entremezclan, se difuminan en una dinámica acuarela.


La transición de la luz del día a las luces de la noche. Y es que París, la indómita ciudad de la luz, nunca duerme.

Ah! petit prince, j'ai compris, peu à peu, ainsi, ta petite vie mélancolique. Tu n'avais eu longtemps pour ta distraction que la douceur des couchers du soleil. J'ai appris ce détail nouveau, le quatrième jour au matin, quand tu m'as dit:

- J'aime bien les couchers de soleil. Allons voir un coucher de soleil...

- Mais il faut attendre...

- Attendre quoi?

- Attendre que le soleil se couche.

Tu as eu l'air très surpris d'abord, et puis tu as ri de toi-même. Et tu m'as dit:

- Je me crois toujours chez moi!

En effet. Quand il est midi aux États-Unis, le soleil, tout le monde le sait, se couche sur la France. Il suffirait de pouvoir aller en France en une minute pour assister au coucher de soleil. Malheureusement la France est bien trop éloignée. Mais, sur ta si petite planète, il te suffirait de tirer ta chaise de quelques pas. Et tu regardais le crépuscule chaque fois que tu le désirais...

- Un jour, j'ai vu le soleil se coucher quarante-trois fois!