Caminar bajo una finísima lluvia de verano sobre un pavimento rutilante a la luz de las farolas después de una jornada intensiva, complicada, dudosa, con demasiadas cargas que se amontonan entre el corazón y la cabeza.
Caminar al compás de las gotas de agua que acarician el rostro.
Caminar y sentir por un momento toda la levedad del ser, despojada de tanta nostalgia de aquello que pudo ser y no fue.
Caminar hasta l'arrêt de bus, al resguardo de la marquesina, con la vista indecisa entre un libro y el agua engarzada en las estrías de luz nocturna.
París se relaja y respira profundamente mientras se deja masajear por unas diminutas pero contundentes gotas de agua. Gotas repletas de polución, como toda gran ciudad que se precie, para qué engañarnos, pero que también poseen su particular belleza.
Paris la nuit. Apacible, silencioso, luminoso, mágico.
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Reflexiones espontáneas