Ni Freggene, ni Paradise, ni Perivolos ni Cascais... Después de un pequeño recorrido por algunas de las más calurosas playas de Europa y ser recibida por el efímero e inconstante sol da miña terra galega todo lo demás es eclipsado y banalizado.
El antes y el después de la mano mágica de la marea y los resultados de la caprichosa erosión de la naturaleza.
Desde A Coruña hasta Ribadeo, con parada en la magnífica praia das Catedrais para disfrutar de su encanto marea alta versus marea baja.
Del mar Cantábrico al océano Atlántico, cuya separación la define el cabo de Estaca de Bares, que además de ser el punto más septentrional de la península Ibérica, sus acantilados constituyen un marco incomparable para uno de los más hermosos observatorios ornitológicos.
Y entre Estaca de Bares y el Cabo Ortegal, la ría de Ortigueira, a la que da vida el río Mera. Y allí cumplir una promesa y saludar a mi querido duendecillo, con la promesa de un reencuentro en Morouzos. Y continuar por la ría de Cedeira, que aúna las desembocaduras de los ríos Condomiñas, Das Mestas y Forcadas. Con una pequeña parada na praia de Pantín donde deleitar la vista con un magnífico oleaje, pues no en vano dicha playa acoje cada año el campeonato del mundo de surf.
Todo aderezado con un recorrido en bici a lo largo y ancho de la bahía coruñesa donde dejar al viento peinarme a su antojo en lo alto del faro romano en funcionamiento más antiguo del mundo, un concierto improvisado de gaitas donde brindar con crema de oruxo y licor café, correr para disfrutar de cerca los segundos ingrávidos de un perfecto atardecer, pasear bajo el encanto de una feria medieval, una barbacoa de carne infinita y la mejor tortilla casera con pementos de padrón (uns picaron, outros, menos mal, non). Y, lo más importante, todo aderezado con la compañía de la familia y amigos.
Miña terra galega. A veces, qué duro es estar lejos de ti.
Todo aderezado con un recorrido en bici a lo largo y ancho de la bahía coruñesa donde dejar al viento peinarme a su antojo en lo alto del faro romano en funcionamiento más antiguo del mundo, un concierto improvisado de gaitas donde brindar con crema de oruxo y licor café, correr para disfrutar de cerca los segundos ingrávidos de un perfecto atardecer, pasear bajo el encanto de una feria medieval, una barbacoa de carne infinita y la mejor tortilla casera con pementos de padrón (uns picaron, outros, menos mal, non). Y, lo más importante, todo aderezado con la compañía de la familia y amigos.
Miña terra galega. A veces, qué duro es estar lejos de ti.