Un 14 de julio había que pasarlo en París, al menos una vez.
Tratando de sobrellevar el baño de multitudes en los Champs de Mars de la mejor manera posible, con la Orquestra Nacional de Francia amansando las masas.
Y disfrutar de los grandes temas de Berlioz, Wagner, Puccini o del gran Verdi y su declaración de amor, el pur ti riveggo mia dolce Aida, de Radamès al atardecer, bajo un cielo azul a los pies de la torre Eiffel.
Unas melodías capaces de hacer olvidar la fatiga y la muchedumbre sedienta de espectáculo aglutinada frente a la pantalla.
Una cadencia envolvente de notas armoniosas elevadas hacia el ocaso...
Y para clôturer el concierto, la magnífica Obertura 1812 de Tchaikovsky prepara la escena para los fuegos desde la torre Eiffel, la cual, incandescente y vestida de patriotismo auna las luces y las estampidas de las explosiones al son de la música.
Y, por supuesto, la Marseillaise como colofón de los fuegos artificiales.
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Reflexiones espontáneas