Paris - Quimper, y de ahí en adelante el velero/vélo/moto o, simplemente, un coche, se hace imprescindible.
Quimper, o la capital del departamento de Finistère, en Bretagne. De nuevo Bretagne.
Tan cerca y tan lejos de casa al mismo tiempo.
La uniformidad de las casas bretonas (misma estructura de muros blancos adornados de piedra, tejado de pizarra y ventanas de postigos de colores, de preferencia azul); delata el desorden gallego donde predominan la teja roja y, sobre todo, donde ninguna ley ordena un dress-code que incluye hasta recomendaciones el tipo de inclinación del tejado de pizarra.
Abandonar la comodidad de la vista del horizonte desde nuestra acogedora casa de Audierne para ir a visitar le bout du monde, la Pointe du Raz.
Y submergernos, desde lo alto de sus acantilados, en una radiante y salvaje belleza, donde las gaviotas, el viento y las olas son sus dueños inquebrantables.
Haciendo honor a su nombre, « in finibus terræ », la pointe de Raz señala el fin de las tierras galas y se abre al inconmensurable horizonte del Atlántico.
Y si, en el fondo París no tiene nada que envidiar a ese inmenso ventanal de mar abierto.
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Reflexiones espontáneas