"A decir verdad, sea cual fuere el homenaje que se pretenda, o que se tribute incluso, a una superioridad mental supuesta o verdadera, la tendencia general de las cosas en el mundo es hacer de la mediocridad la potencia dominante entre los humanos. En la antigüedad, en la Edad Media, y, en grado menor, durante la larga transición del feudalismo a los tiempos presentes, el individuo representaba por sí mismo una potencia, y si poseía un gran talento o una posición social elevada, esta potencia llegaba a ser considerable. Hoy los individuos se hallan perdidos entre la muchedumbre. En política resulta casi una trivialidad decir que la opinión pública es la que gobierna al mundo. El único poder que merece este nombre es el de las masas, o el de los gobiernos, que se hacen órgano de las tendencias e instintos de las masas. Esto resulta tan verdadero para las relaciones morales y sociales de la vida privada como para las transacciones públicas. Esas opiniones que se acostumbra a llamar opinión pública no siempre constituyen la opinión de una misma clase de público. En América, está compuesta por toda la población blanca; en Inglaterra, lo está simplemente por la clase media. Pero siempre por una masa, es decir, una mediocridad colectiva. Y lo que constituye todavía una mayor novedad es que actualmente las masas no reciben sus opiniones de los dignatarios de la Iglesia o del Estado, ni de algún jefe notable, ni de ningún libro. Su opinión proviene de hombres que están más o menos a su altura, que, por medio de periódicos, se dirigen a ellas y hablan en su nombre acerca de la cuestión del momento.
No es que me queje de que esto suceda. Tampoco afirmo que haya algo mejor que sea compatible, como regla general, con el bajo nivel actual de la mente humana. Pero ello no impide que el gobierno de la mediocridad sea un gobierno mediocre. Nunca llegó el gobierno de una democracia, o el de una aristocracia numerosa, a elevarse por encima de la mediocridad, ni por sus actos políticos, ni por sus opiniones, cualidades, o tono mental que fomentase, excepto allí donde el soberano "Muchos" se dejó guiar (como siempre lo ha hecho en los tiempos mejores) por los consejos y la influencia de "Pocos" o de "Uno" mejor dotado y más instruido. La iniciación a todas las cosas prudentes y nobles viene y debe venir de los individuos, procediendo, generalmente al principio, de un individuo aislado. El honor y la gloria del hombre corriente consisten en poder seguir esta iniciativa, en tener el sentido de lo que es prudente y noble, y en dirigirse a ello con los ojos abiertos. Yo no recomiendo aquí esa clase de "culto del héroe", que aplaude a un hombre de genio poderoso porque tomó a la fuerza el gobierno del mundo, sometiéndole, aun a pesar suyo, a sus mandatos. A lo más que debiera aspirar un hombre así es a la libertad de mostrar el camino. El poder de forzar a los demás a seguirle, no sólo es incompatible con la libertad y el desenvolvimiento de todo lo demás, sino que corrompe al mismo hombre fuerte. Parece, sin embargo, que cuando las opiniones de masas compuestas únicamente de hombres de tipo medio llegan a ser dominantes, el contrapeso y el correctivo de sus tendencias habrá de ser la individualidad más y más acentuada de los pensadores más eminentes.
Es, sobre todo, en circunstancias semejantes, cuando los individuos de excepción, en vez de ser cohibidos, deberían ser instigados a obrar de modo diferente de la masa. Antiguamente esto no suponía ninguna ventaja, a no ser que obraran de modo diferente, y de modo mejor también. Ahora, el simple ejemplo de no conformidad, la simple negación a arrodillarse ante la costumbre, constituye en sí un servicio. Precisamente porque la tiranía de la opinión considera como un crimen toda excentricidad, es deseable que, para poder derribar esa tiranía, haya hombres que sean excéntricos. La excentricidad y la fuerza de carácter marchan a la par, pues la cantidad de excentricidad que una sociedad contiene está en proporción a su cantidad de genio, de vigor intelectual, y de coraje moral. El principal peligro actual estriba en el poco valor a ser excéntricos que muestran los hombres."
Sobre la libertad, John Stuart Mill
De todos es sabido que no es fácil, por no decir imposible, ser excéntrico en nuestra sociedad tan determinista y abocada sin remedio al métro-boulot-dodo con que algunos definen la tónica diaria parisina, la cual, al fin y al cabo, no es más que un paradigma estándar común a cualquiera gran ciudad.
Y no es el excentricismo quien está infravalorado, sino el ser humano y todas sus singulares cualidades inherentes a él.
Otra lectura y análisis cuya falta se hace palpable en la ausencia de pensamiento crítico que nos rodea. Aunque sólo sea por probar, pon un poco de excentricidad y humanismo en tu vida.
Pequeño homenaje a ese genio excéntrico, el gran filósofo humanista Stuart Mill.
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