Hace ya 5 meses, después de un déménagement exprés el 31 de diciembre, el 1 de enero sobre las 7 am pisaba la maison oficialmente como nueva inquilina.
Qué gusto fue en aquel momento poder decir por fin "chez moi". Y, sobre todo, qué alivio. Tras haber devuelto las llaves de mi añorado 6A 81, y tras 5 meses con mi maleta azul a cuestas es bien cierto que se agradece un poco de vida sedentaria. Aunque ello haya significado plegar las alas de mi libertad durante un tiempo, renunciar al juego irónico y aletorio del destino y la posibilidad de dejarte llevar cada día pos de la estabilidad que proporciona un horario cada mañana. Pero la rutina también puede ser un reto, siempre y cuando no nos dejemos llevar por la comodidad de la condescendencia de nuestro estilo de vida aburguesado. Y lograr sconvolgere la rutina de cada día es algo que, a su manera, puede ser todo un desafío.
Aunque hay días en los que tras una jornada de boulot-métro-apèro-soirée improvisada apenas rozo la cama para dormir (y a veces ni eso), nunca està demàs disponer de un lugar fijo donde encontrar un poco de reposo tanto físico como psicológico; y es que, de vez en cuando, el dejar un poco de tiempo para escuchar música en el sofà del salón y contemplar el techo blanco inmaculado iluminado por la tenue luz de la mítica lámpara de zoco àrabe sobre la chimenea y jugar a vaciar la mente para intentar dejarla tan blanca como el techo (o al menos intentarlo) no tiene precio.
Las tardes de lluvia de invierno-principio de primavera fueron geniales. Mi edificio es muy antiguo, de enorme portalón azul marino, patio interior con pequeñas enredaderas en cada esquina y la fachada dulcemente desgarrada por el tiempo. La madera cruje a cada paso, y las gotas de lluvia se enzarzan en una melodía sin fin en su anciana estructura, como una guitarra en desuso cuyas cuerdas se golpean con violencia y arbitrariedad nocturna.
Gracias a todas las visitas que invadieron mi salón/mi cama y amontonaron sus maletas y efectos personales en mi cuarto dejando un perfecto caos azul. A finales de este mes no habrà màs chez moi y todavía es demasiado pronto para la casita con jardín (y barbacoa, y jacuz... bueno, igual la barbacoa sola ya està bien de momento) así que andaré de nuevo a lomos del viento buscando ese rincón de París que, aunque aùn no lo sabe, està deseando acogerme.
Qué gusto fue en aquel momento poder decir por fin "chez moi". Y, sobre todo, qué alivio. Tras haber devuelto las llaves de mi añorado 6A 81, y tras 5 meses con mi maleta azul a cuestas es bien cierto que se agradece un poco de vida sedentaria. Aunque ello haya significado plegar las alas de mi libertad durante un tiempo, renunciar al juego irónico y aletorio del destino y la posibilidad de dejarte llevar cada día pos de la estabilidad que proporciona un horario cada mañana. Pero la rutina también puede ser un reto, siempre y cuando no nos dejemos llevar por la comodidad de la condescendencia de nuestro estilo de vida aburguesado. Y lograr sconvolgere la rutina de cada día es algo que, a su manera, puede ser todo un desafío.
Aunque hay días en los que tras una jornada de boulot-métro-apèro-soirée improvisada apenas rozo la cama para dormir (y a veces ni eso), nunca està demàs disponer de un lugar fijo donde encontrar un poco de reposo tanto físico como psicológico; y es que, de vez en cuando, el dejar un poco de tiempo para escuchar música en el sofà del salón y contemplar el techo blanco inmaculado iluminado por la tenue luz de la mítica lámpara de zoco àrabe sobre la chimenea y jugar a vaciar la mente para intentar dejarla tan blanca como el techo (o al menos intentarlo) no tiene precio.
Las tardes de lluvia de invierno-principio de primavera fueron geniales. Mi edificio es muy antiguo, de enorme portalón azul marino, patio interior con pequeñas enredaderas en cada esquina y la fachada dulcemente desgarrada por el tiempo. La madera cruje a cada paso, y las gotas de lluvia se enzarzan en una melodía sin fin en su anciana estructura, como una guitarra en desuso cuyas cuerdas se golpean con violencia y arbitrariedad nocturna.
Gracias a todas las visitas que invadieron mi salón/mi cama y amontonaron sus maletas y efectos personales en mi cuarto dejando un perfecto caos azul. A finales de este mes no habrà màs chez moi y todavía es demasiado pronto para la casita con jardín (y barbacoa, y jacuz... bueno, igual la barbacoa sola ya està bien de momento) así que andaré de nuevo a lomos del viento buscando ese rincón de París que, aunque aùn no lo sabe, està deseando acogerme.
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Reflexiones espontáneas