Un fin de semana bajo un manto de niebla al borde del Danubio, de una calma insólita en Buda y una tímida animación en Pest. Fue quizás el frío seco quien apartó a la gente de las calles, aunque no impidió el clásico (y turísticamente obligado) baño de aguas termales al aire libre en una piscina a 37°C.
Una soirée en la ópera, en un palco donde escudriñar un magnífico Rigoletto, bufón que en un acto cambia la risa por el drama. Vestuario de época, decorados secillos pero adecuados para la ocasión y el garbo de la donna è mobile, qual piuma al vento, muta d'accento e di pensiero.
Una adicción a la sopa de gulash para ampliar el libro personal de recetas con el descubrimiento de este sabroso plato muy adecuado para el invierno que acecha. Un café en lo que podría ser el salón de un palacio, en el Gerbeaud, para recuperar fuerzas y algo de calor corporal con el que continuar el día.
Un apartamento Ikea hasta la médula y completamente nuevo; un simulacro de hogar de un fin de semana, el nacimiento de una idea de independización de compañeros de piso, de experimentar las ventajas y desventajas de vivir con uno mismo.
Una amistad forjada entre el tercer y el cuarto piso del 8A, viajando, cocinando o junto a una taza de té, no importa dónde (Madrid, Barcelona, París o Berlín), no importa cuándo, no importa cómo, porque sea como sea hay cosas más fuertes que la distancia y los pormenores de la vida.
La amistad es otro tipo de amor, y como tal es indestructible y perenne. Es, sin embargo, un amor mejorado, menos voluptuoso e irracional, más libertario, respetuoso y sin prejuicios. La amistad no juzga, sino que simplemente escucha, comprende, apoya, y sobre todo sabe hacer reír cuando más se necesita de una sonrisa.
La amistad es un alma que habita en dos cuerpos: un corazón que habita en dos almas.
Aristóteles
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Reflexiones espontáneas