Un año y cinco días desde que mi actual jefe me llamó, me preguntó que por qué París, que qué iba a hacer yo en otro país, en una ciudad tan grande e inhóspita donde no conocía a nadie, en una pequeña empresa también desconocida.
Fue una conversación breve pero intensa, mis ganas de ir a París y el interés que había despertado en mí su página web fueron más que suficientes para un acuerdo no tácito y de ese modo la referencia de un vuelo llegó a mi mail a la mañana siguiente.
Todo un sueño y una ilusión el vivir en París, y sobre todo en su centro, entre sus calles combinando lo majestuoso y lo sórdido, en una especie de meta personal alcanzada. La ilusión de vivir en el clásico barrio latino-bohemio-universitario desde siempre anhelado a vivir a unos pasos de la impresionante Opéra Garnier.
Y tanto que he recorrido ya en esta magnífica ciudad, y tanto que me queda por recorrer, tantosquais donde sentarme todavía con otro blanc que degustar, tantos cafés pendientes anotados en mi cuaderno verde, tantos parques a los que volver, teatros alrededor de mi casa, tantas ganas de volver a pisar Nôtre-Dame, a ver París anocheciendo desde lo alto del Pompidou, un muro deje t'aimes que aguarda el je t'aime definitivo, domingos paseando por el Marais y degustando cada vez un té diferente, un concierto de mùsica clásica entre los muros de la Saint Chapelle, una cena en lo alto de Montparnasse entourée de todas las luces de París, el Solidays y el Rock en Seine, tantas ofertas de la fourchette, tantos café con encanto, tantas happy hours, tantas inauguraciones de exposiciones de arte, tantas soirées hasta el alba en Mix, Hideout, Elysée Montmatre, Belleville, La machine du Moulin Rouge, Corcoran's, O'Sullivan, Pont Éphémère o chez quelqu'un, todas esas actividades que parecen surgir de la nada (Journées du Patrimoine, Fêtes des vendanges, Fête de la musique, Journées des cultures étrangères), un aquapark, los clásicos apéro-charcu-fromage, los hammams, tantas exposiciones y conciertos espontáneos agazapados en cada esquina...
Una cosa es bien cierto, después de todo este tiempo, también he descubierto que el propio París y su intrínseca belleza innata constituyen la mejor medicina contra París, contra la nostalgia del pasado, los amigos y el calor de la patria.
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Reflexiones espontáneas