Esto era un sueño, un primer trabajo y una nueva vida. Una crêpe de chocolate ante una sonrisa azul que escucha una melodía envolvente mientras se pierde románticamente por las calles y entre las páginas de cualquier libro...
Había que ir a verlo. Al teatro, en directo.
Decía Louis Juvet que "Le cinéma c'est du théâtre en conserve", así que, por una vez, había que aprovechar para probar algo fresco, recién pronunciado.
Un actor capaz de declamar los versos de amor más hermosos de boca de Cyrano y más tarde de decir toda una tanda de sandeces sin mesura como Quentin. De encarnar con igual maestría a Edmond Dantès, Jean Valjean, Porthos, Cristóbal Colón, D'Artagnan, Marin Marais, Rodin, Hyacinthe Chabert, Danton...
Un teatro declarado monumento histórico en el corazón de Strasbourg Saint-Denis. Una obra de teatro que recorre el amor en las diferentes etapas de la vida de dos jóvenes, desde su niñez hasta la tumba. Cartas de risas y lágrimas, sueños y ambiciones, penas y alegrías. Pero sobre todo un amor espontáneo, escondido, sencillo pero malogrado por las circunstancias y los caprichos.
Love letters de Albert Ramsdell Gurney, puesta en escena de Benoît Lavigne, con Anouk Aimée y Gérard Dépardieu, en el Théâtre Antoine.
Una Navidad con el mar de fondo.
Un mar desbocado, un sol que apenas se atrevía a asomar sus rayos por miedo a que se los arrancara el viento.
Una Navidad entre dos países, con unos Reyes dispuestos, una vez más, a atravesar los Pirineos en el día señalado.
Una Nochevieja rodeada de franceses que se han dejado convencer para, diez minutos antes de las 12, sincronizar la televisión española, prepararse para las campanadas de la Puerta del Sol y celebrar el año nuevo con champán y la boca llena.
¿Y por qué uvas?, decían. La verdad, no lo sé, les respondía, y realmente tampoco me lo he preguntado nunca. Solo sé que todo el mundo que conozco estará haciendo eso y es la única manera que tengo de compartir algo con ellos desde la distancia.
¿Y cómo es posible comérselas todas sin atragantarse? Son tres años que preguntan lo mismo, y siempre lo hacen en la cuarta o quinta campanada. Y así es como se atragantan.
Un año nuevo lleno de nuevas perspectivas, de cambio de aires, de continente, de métier, de viajes, de descubrimientos...
Y como colofón, el 6 de enero, antes de ir a trabajar, descubrir los últimos regalos bajo el árbol. Y juntarnos todos después del trabajo, junto al calor del fuego, con villancicos de fondo. Y cambiar el roscón de reyes por una galette de rois. ¡Sin olvidar el turrón! Siempre hay espacio para el turrón en la maleta.
Son esas pequeñas tradiciones las que combaten con una sonrisa la morriña de la tierra que suscita estas fiestas.