"De acuerdo con Platón, vivimos encadenados dentro de una caverna oscura. Estamos encadenados de forma que no vemos nada más que la pared del fondo de la caverna. Lo único que vemos son las sombras que se mueven allí. Podrían ser las sombras de algo que se mueve fuera de la caverna. Podrían ser las sombras de gente encadenada a nuestro lado. Tal vez lo único que todos podemos ver es nuestra propia sombra. Carl Jung llamaba a eso juego de sombras. Decía que nunca vemos a los demás. Que en realidad solamente vemos aspectos de nosotros mismos que se proyectan sobre ellos. Sombras. Proyecciones. Nuestras asociaciones. Igual que los antiguos pintores se sentaban en un cuarto diminuto a oscuras y calcaban la imagen de lo que había al otro lado de una ventanilla, bajo la radiante luz del sol. La cámara oscura. No la imagen exacta, sino completamente invertida o cabeza abajo. Distorsionada por el espejo o la lente a través de la cual llega. Por los límites de nuestra percepción personal. Por nuestro volumen diminuto de experiencia. Por nuestra birria de educación. ( ... ) Lo que no te enseñan en la facultad de bellas artes. El hecho de que uno siempre está atrapado. El hecho de que tu cabeza es la caverna y tus ojos la boca de la caverna. De que uno vive dentro de su cabeza y solamente ve lo que quiere. De que solamente ve las sombras y se inventa un significado para ellas".
"Diario", Chuck Palauhnik
Sombras, proyecciones. Es difícil conocerse a sí mismo cuando se posee una esencia mùltiple al estilo de la genial obra de Pirandello "Uno, nessuno e centomila", donde se muestra claramente que la realidad no es objetiva, y que nuestro "yo" por el que velamos con tanto celo, no es ùnico, sino que se proyecta en el entorno que le rodea adquiriendo de este modo cien mil formas de variantes de ese "yo" y perdiendo por tanto su preciada unicidad.
Y es que no existe una verdad absoluta donde apoyarnos, sino pequeñas veracidades fàcilmente transmutables, maleables y efímeras. Somos nosotros y un conjunto indefinido de proyecciones provenientes de la calle que pisamos cada día, del ambiente de trabajo, de nuestros amigos, de la familia, de la persona que nos besa con ternura cada amanecer. A nosotros, pues, de sacar partido de todas esas proyecciones inherentes a nuestro ser para crear el màs bello reflejo de nosotros mismos.
De ahí que los límites de nuestra propia caverna c'est à nous de fijarlos, de moldearlos hasta conseguir una percepción coherente del mundo que nos rodea y dejarnos cegar por la luz del mundo exterior que hay fuera de nuestra propia cueva, para después convencernos de que la utopía de hacer de la Tierra un paraíso no existe, sino que somos nosotros quiénes debemos adaptarnos, afinar la abertura de nuestra caverna hasta darle cabida a la màs grande de nuestras sonrisas. Y, sobre todo, no permanecer en las tinieblas por temor a afrontar la luz. Si la claridad es demasiado fuerte para nuestros ojillos solitarios y temerosos, pongàmonos gafas de sol o una gorra, y el show must go on.
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Reflexiones espontáneas