Esto era un sueño, un primer trabajo y una nueva vida. Una crêpe de chocolate ante una sonrisa azul que escucha una melodía envolvente mientras se pierde románticamente por las calles y entre las páginas de cualquier libro...

jueves, 23 de agosto de 2012

Sonnet 116







Sencillamente magnifique.

Y pensar que unos versos de más de 500 años de antigüedad siguen teniendo igual valía actualmente.

Parece increíble como hay esencias tan inmutables como el amor, el cual, a pesar de todos los cambios sociales que se experimentan a lo
largo de cinco siglos de evolución y de revolución, mantiene intactos sus principios e imperturbable su razón de ser. Y nada hasta el momento ha conseguido igualar su inefable poder de congelar el tiempo en la eternidad de un beso.


Y aunque defiendo a ultranza la lectura en la lengua original en la que fue creada, esta vez haré una pequeña concesión, pues las palabras nunca penetran tanto en nuestra alma como aquellas escritas en nuestra lengua materna:

No permitáis que la unión de unas almas fieles
admita impedimentos. No es amor el amor
que cambia cuando un cambio encuentra
o que se adapta a la distancia al distanciarse.
¡Oh, no!, es un faro imperturbable
que contempla la tormenta sin llegar a estremecerse,
es la estrella para un barco sin rumbo,
de valor desconocido, aun contando su altura.
No es un capricho del tiempo, aunque los rosados labios
y mejillas caigan bajo un golpe de guadaña.
El amor no varía durante breves horas o semanas,
sino que se confirma incluso ante la muerte.
Si es esto erróneo y puede ser probado,
nunca escribí nada, ni ningún hombre amó.


miércoles, 15 de agosto de 2012

Paris insolite (I)



Salir de casa por la mañana y volver pasada la medianoche, de una forma tan natural como imprevisible.

París tiene la capacidad innata de llenar, a partir de la nada, un día de agenda vacía, y que la concatenación de planes e ideas espontáneas sean tan armoniosa como las notas de una melodía.

Cruzar París en vélib, comer y bajar paseando hasta el Sena. Sentarse a tomar un café en Paris Plages. Que comience una tímida lluvia. No aredrarse y continuar el paseo hacia les Invalides, a lo largo de los quais del Sena, con parada en cada caseta de libreros antiguos, con la compra de uno de ellos. Et oui, j'ai craqué, comme d'hab'.

Y llegar hasta Boulogne, a los jardines de Albert Khan, meta de una exposición hace tiempo ansiada, de una ilusión, la de un viaje hace tiempo soñado, único vestigio remanente de un amor descarrilado.


Pasar de Japón a Francia o Inglaterra, de jardín en jardín, entre senderos y un césped impoluto. O entrever el cielo azul elevando la vista en el bosque dorado, el azul y el vosgienne.  

Mongolia
La sola cadencia de sus tres sílabas evoca el viaje, la aventura, la inmensidad de sus estepas crujiendo ante el galope de los nómadas sobre sus caballos, la noche estrellada sobre las yurtas

La exposición de fotos La Mongolie entre deux ères: 1912-1913 nos muestra una Mongolia lejana y próxima, de lo que fue y lo que ya no es, lo que se destruyó y lo que perdura. Y sobre todo, la cultura intrínseca de los descendientes de Gengis Kan que amenaza con desaparecer.



Y ponerse de nuevo en camino para aprovechar la happy hour del atardecer con una cerveza en terraza en République y terminar, al caer la noche, como dos reinas con una tumbona y una mantita en Porte de Pantin, disfrutando del cine bajo las estrellas.



"París responde a todo lo que el corazón desea. Uno puede divertirse, aburrirse, reír, llorar o hacer lo que se le antoje sin llamar la atención, puesto que miles de personas hacen otro tanto... y cada uno como quiere."
Frédéric Chopin



domingo, 5 de agosto de 2012

De l'espoir (II)


"¿No es acaso, solamente el problema de la gente que vive bajo regímenes dictatoriales autoritarios que les privan de su libertad personal y política? En verdad, la libertad lograda por la democracia moderna implica una una esperanza para el hombre y su desarrollo. (...) Pero es solamente una esperanza y no una realidad. Enmascaramos nuestro propio problema moral si enfocamos nuestra atención a comparar nuestra cultura con modos de vida que son la negación de los mejores triunfos de la humanidad y, de esta manera, ignoramos el hecho de que también nosotros nos hallamos sometidos a un poder que no es el de un dictador ni el de una burocracia política ligada a él, sino al poder anónimo del mercado, del éxito, de la opinión pública, del "sentido común" -o mejor dicho, del "sin sentido común"- y de la máquina en cuyos siervos nos hemos convertido.

Nuestro problema moral es la indiferencia del hombre consigo mismo. Hemos hecho de nosotros mismos los instrumentos de propósito ajenos a nosotros, nos experimentamos y nos tratamos como objetos y nuestros propios poderes se han enajenado de nosotros. (...) Carecemos de conciencia, en el sentido humanista, porque no osamos fiar en nuestro juicio. Estamos convencidos de la creencia de que la ruta que seguimos debe conducir a una meta determinada porque vemos a los demás en la misma ruta.

Dostoievski dijo una vez: "Si Dios está muerto, todo está permitido." Esto es, en verdad, lo que cree la mayoría de las personas; difiere solamente en que algunos llegan a la conclusión de que Dios y la Iglesia deben subsistir a fin de mantener el orden moral, mientras que otros aceptan la idea de que todo está permitido, que no existe ningún principio moral válido y que el oportunismo es el único principio regulador de la vida. (...)

Si repito ahora la pregunta planteada al comienzo de este libro, de si tenemos razón para estar orgullosos y esperanzados, la respuesta es de nuevo en sentido afirmativo, pero con la reserva que se deduce de todo aquello que hemos analizado: ni el buen resultado ni el malo es automático o preestablecido. La decisión depende del hombre. Depende de su capacidad para tomarse a sí mismo, a su vida y a su felicidad seriamente; de su buena voluntad para enfrentarse con su problema moral y el de su sociedad. Depende del valor que tenga para él mismo, y de ser para sí mismo."



Nada como una buena lectura que sconvolta, que esperanza, que cuestiona todo aquello que parecía incuestionable.

Nada como un poco de cura de moral que cada día parece más olvidada.

Nada como un impulso de optimismo, un pequeño empujoncito de  valentía, una pizca de inspiración y un alarde de osadía. De confianza en el progreso y en que, por muchas veces que se pierda el rumbo, siempre es más fácil recuperarlo siguiendo adelante. Siempre hacia delante.