Decía Dalmau, en su novela "Lejanos" -o Lorenzo Silva en su libro El ángel oculto, según se mire- que "a nadie podía ocultarse cuánto había de añoranza personal en la escena casi última en la que uno de los personajes le describía a otro, que era ciego y no podía verlo, el azul impar de una mañana de mayo sobre Madrid".
Decían los chinos antiguos que el cielo pertenecía al Yang, así como el número impar, y la tierra al Yin, así como el número par. Y del mismo modo afirmaban estos chinos antiquísimos que el nueve, como mayor número impar de una sola cifra, simbolizaba el infinito y el carácter supremo del cielo.
Y la sola evocación de Madrid bajo ese cielo impar, ese color, hace brotar una sencilla sonrisa de mi rostro de emigrante nostálgico. Y así, en un tierno arrebato sentimental me lancé a convertir el cielo infinito de azul impar de una mañana de septiembre sobre Madrid en un recuerdo tangible.
De nuevo gracias. Gracias a Madrid y gracias a todos por vuestra indulgencia al dejarme ser, cada vez más, la hija pródiga que vuelve, y volverá, a casa.
N. del A.: Gracias a Pablo por esta foto que ilustra perfectamente dicho azul impar.
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Reflexiones espontáneas