Impresionante week-end agazapado bajo un brillante manto de nieve.
Las calles de París apaciguadas bajo una capa invernal. Tejados y buhardillas forrados de terciopelo níveo. Desde lo alto de la Rive Droite, un inmaculado Sacré Coeur preside la Butte Montmatre. La estrella de la Rive Gauche, la Torre Eiffel, tiene a sus pies les Champs de Mars vestidos con una túnica blanca. Y la misma estampa es aplicable a parques, jardines, plazas y avenidas arboladas.
No dudar volver a casa en bici a pesar de los inagotables copos de nieve, aprovechando la ausencia de tráfico y el pavimento de resplandeciente blancura bajo la luz de las farolas.
Perder la noción del tiempo al perseguir con la mirada las diversas formas de innumerables cristales de hielo precipitándose sin tregua en mi balcón. Atenazar de frío mis mejillas intentando atrapar sus formas fractales simétricas y únicas.
Dice el refranero popular que, con nieve en enero, no hay año fulero.
Sin duda, este es un buen comienzo :)
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Reflexiones espontáneas