Al poco de llegar a París, y como buena escritora, o proyecto en curso de escritora que se precie, ya estaba tardando en dejarme caer a tomar un café con un libro y mi inseparable libreta verde al Café de Flore.
Desgraciadamente, no encontré el ambiente bohemio e inspirador que buscaba, ni la esencia de Boris Vian, Ernest Hemingway, Truman Capote, Lawrence Durrell y Raymond Queneau que me había traído hasta allí. Ni tan siquiera encontré libros en las paredes, sino un buen número de étirés, de señoras de avanzada edad y notable pecunio, camareros estresados y, sobre todo, resabidos.
Menos mal que, con el tiempo y los paseos parisinos, esa curiosidad inextricable que me impulsa a analizar cada puerta o fachada (y más si tiene libros en ella) y que tan buenos descubrimientos me ha proporcionado.
Así pues, renuncio al pasado y cambio el vetusto café de Flore por el Flaq, por el Marcovaldo, por la cave-librairie de la belle Hortense o incluso por el Café Delmas de la place Contrescarpe, uno de los primeros cafés en los que, esperando a alguien, me senté con un libro.
El Marcovaldo (léase al genial Italo Calvino) de la rue Charlot (3ème), combina literatura y gastronomía italiana de pochi piatti, ma fatti con cura con Montelpuciano, Chianti, Frascati, birra Moretti para el aperitivo, café riquísimo o un delicioso batido fait maison. De austera decoración, mucha luz y mesas enormes donde compartir asiento entre libros, exposiciones, proyecciones, charlas...
La fourmie ailée (rue du Fouarre, 5ème), posee ese encanto bohemio, místico y risueño del barrio latino, con una decoración cálida de adornos espontáneos, pinturas y guirnaldas donde destacan los libros en sus paredes. Subiendo las escaleras, se accede a un íntimo rincón mansardé. Para comer o sentarse a leer junto a un té o un café.
El Flaq de la rue Quincampoix (4ème) mantiene esa atmósfera acogedora del Marcovaldo de tradición italiana ofreciendo, con sus mesas grandes de madera antigua invitando al encuentro y el reencuentro, los sofás de desgastado cuero, la luz tenue. Sus otros dos pisos subterráneos no hacen más que aumentar su encanto. Bajando las escaleras, encontramos el denominado "Studio flaq", una especie de habitación-museo-trastero ejemplificando el síndrome de Diógenes. Bajando al último nivel, una sala de exposiciones.
En pleno Marais, en la rue Vielle du Temple (4ème), la Belle Hortense destaca por ser una vinacoteca-librería, donde su dueño o camarero, con su apariencia de lobo de mar te sirve una copa de vino mientras hojeas despreocupadamente sus libros, sobre todo de bolsillo.
Y, por supuesto, la librería que se ha transformado en una atracción turística más (también hay que decir que su situación en París, junto al quai de Montebello enfrente de Nôtre-Dame es de lo más emblemática), Shakespeare&Co.
En la planta baja, están disponibles a la venta todos los libros en inglés habidos y por haber, de todas las temáticas. En el primer piso, los libros no están a la venta pero pueden consultarse, hay espacio para leer, para jugar al ajedrez, para curiosear, para escribir, para tocar el piano...
Quizás esos grandes escritores de antes, nuestros precursores, aquellos que todavía escribían con papel y lápiz, no hayan pisado nunca estos lugares, pero sí sus libros, su legado. Y también nosotros, su futuro. Y, al fin y al cabo, eso es lo que cuenta.
Desgraciadamente, no encontré el ambiente bohemio e inspirador que buscaba, ni la esencia de Boris Vian, Ernest Hemingway, Truman Capote, Lawrence Durrell y Raymond Queneau que me había traído hasta allí. Ni tan siquiera encontré libros en las paredes, sino un buen número de étirés, de señoras de avanzada edad y notable pecunio, camareros estresados y, sobre todo, resabidos.
Menos mal que, con el tiempo y los paseos parisinos, esa curiosidad inextricable que me impulsa a analizar cada puerta o fachada (y más si tiene libros en ella) y que tan buenos descubrimientos me ha proporcionado.
Así pues, renuncio al pasado y cambio el vetusto café de Flore por el Flaq, por el Marcovaldo, por la cave-librairie de la belle Hortense o incluso por el Café Delmas de la place Contrescarpe, uno de los primeros cafés en los que, esperando a alguien, me senté con un libro.
El Marcovaldo (léase al genial Italo Calvino) de la rue Charlot (3ème), combina literatura y gastronomía italiana de pochi piatti, ma fatti con cura con Montelpuciano, Chianti, Frascati, birra Moretti para el aperitivo, café riquísimo o un delicioso batido fait maison. De austera decoración, mucha luz y mesas enormes donde compartir asiento entre libros, exposiciones, proyecciones, charlas...
La fourmie ailée (rue du Fouarre, 5ème), posee ese encanto bohemio, místico y risueño del barrio latino, con una decoración cálida de adornos espontáneos, pinturas y guirnaldas donde destacan los libros en sus paredes. Subiendo las escaleras, se accede a un íntimo rincón mansardé. Para comer o sentarse a leer junto a un té o un café.
El Flaq de la rue Quincampoix (4ème) mantiene esa atmósfera acogedora del Marcovaldo de tradición italiana ofreciendo, con sus mesas grandes de madera antigua invitando al encuentro y el reencuentro, los sofás de desgastado cuero, la luz tenue. Sus otros dos pisos subterráneos no hacen más que aumentar su encanto. Bajando las escaleras, encontramos el denominado "Studio flaq", una especie de habitación-museo-trastero ejemplificando el síndrome de Diógenes. Bajando al último nivel, una sala de exposiciones.
En pleno Marais, en la rue Vielle du Temple (4ème), la Belle Hortense destaca por ser una vinacoteca-librería, donde su dueño o camarero, con su apariencia de lobo de mar te sirve una copa de vino mientras hojeas despreocupadamente sus libros, sobre todo de bolsillo.
Y, por supuesto, la librería que se ha transformado en una atracción turística más (también hay que decir que su situación en París, junto al quai de Montebello enfrente de Nôtre-Dame es de lo más emblemática), Shakespeare&Co.
En la planta baja, están disponibles a la venta todos los libros en inglés habidos y por haber, de todas las temáticas. En el primer piso, los libros no están a la venta pero pueden consultarse, hay espacio para leer, para jugar al ajedrez, para curiosear, para escribir, para tocar el piano...
Quizás esos grandes escritores de antes, nuestros precursores, aquellos que todavía escribían con papel y lápiz, no hayan pisado nunca estos lugares, pero sí sus libros, su legado. Y también nosotros, su futuro. Y, al fin y al cabo, eso es lo que cuenta.
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