"Finisce sempre così. Con la morte. Prima, però, c'è stata la vita, nascosta sotto il bla bla bla bla bla. È tutto sedimentato sotto il chiacchiericcio e il rumore. Il silenzio e il sentimento. L'emozione e la paura. Gli sparuti incostanti sprazzi di bellezza. E poi lo squallore disgraziato e l'uomo miserabile. Tutto sepolto dalla coperta dell'imbarazzo dello stare al mondo. Bla. Bla. Bla. Bla. Altrove, c'è l'altrove. Io non mi occupo dell'altrove. Dunque, che questo romanzo abbia inizio. In fondo, è solo un trucco. Sì, è solo un trucco."
Jep Gambardella, La Grande Bellezza
La gran belleza de Roma.
La grande bellezza che si crede sparita, nascosta, eppure sia seduta accanto a noi.
Esa belleza que, pese a estar ahí mismo permanece invisible a los ojos, como ya nos avisó desde niños aquel principito. La triste historia de siempre, el de la decadencia de una sociedad privilegiada que posee dinero, fama, las llaves de los tesoros ocultos en los palacios romanos. Parece que todo les pertenece, y, sin embargo, no poseen la belleza, y a veces ne anche la esperanza.
Las ruinas de Roma se entremezclan con las ruinas de su élite burguesa. Su protagonista, Jep Gambardella, es un escritor descarriado inmerso en una desaforada búsqueda de belleza como postrera inspiración de un libro, el cual durante años solo ha conocido páginas en blanco.
Jep nos guía, con un cínico desprecio de corte sentimental a través de la élite de la fauna romana, a veces simple observador y otras tantas protagonista de otra hoguera de las vanidades. Cenas y fiestas hasta el amanecer, conversaciones de sardónicos aforismos y discursos de arte y cultura vacíos, en un vano intento de aplacar el silencio de la noche romana. Para combatir de algún modo la oscuridad de los días de vida nocturna, Jep se aferra a la nostalgia de un pasado simple, de un mar en el horizonte y de un amor lleno de incógnitas.
Una búsqueda inaudita de la gran belleza, una quimera que el espectador compartirá con Jep, aunque con más suerte. Pues dicha ansiada belleza se encuentra retratada en cada fotograma, en cada anochecer en la terraza del protagonista sobre las luces del Coliseo, en la absurda girafa desorientada en medio de ruinas de noche, , o recorriendo la soirée de la caja de llaves que abre las puertas y la curiosidad a alguno de los rincones más bellos de Roma.
La música clásica acompaña la armonía de las imágenes. Lele Marchitelli, la soprano danesa Else Torp, Kronos Quartet, y de entre ellos destaca Zbigniew Preisner y su Dies Irae, el cual con sus notas eleva la escena hasta darle un toque dramtiáco rayano en lo sagrado:
...a tutti gli incostanti sprazzi di bellezza...
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Reflexiones espontáneas