Esto era un sueño, un primer trabajo y una nueva vida. Una crêpe de chocolate ante una sonrisa azul que escucha una melodía envolvente mientras se pierde románticamente por las calles y entre las páginas de cualquier libro...
On ne peut pas vivre si l'on est pas gai. On pourrait appeler ça la joie de vivre, la joie d'être. Et, inconsolable, on l'est. Alors, je fais avec les deux.
Cuando el bordelés Sempé llegó a París, también él se instaló en la rive gauche. En sus comienzos paseaba entre Montparnasse y Saint-Germain buscando inspiración para sus ilustraciones, su obra humorística que ha sido traducida a más de 25 idiomas.
La tierna simpleza de unos dibujos, los cuales constituyen la mejor prueba visible del conocido dicho "una imagen vale más que mil palabras". Unos risueños personajes que cobran vida gracias a varios trazos de boli en un fondo de acuarelas. El humor satírico más dulce acompañando la crítica más tierna.
La base de l'humour, je crois, c'est une grande naïveté.
Sempé
A visitar gratuitamente, y hasta el 11 de febrero, de lunes a sábado de 9 a 19h. Un plan perfecto para después de trabajar y comenzar la soirée con una inocente sonrisa.
De la belleza naciente de París a la belleza decadente de Budapest.
Un fin de semana bajo un manto de niebla al borde del Danubio, de una calma insólita en Buda y una tímida animación en Pest. Fue quizás el frío seco quien apartó a la gente de las calles, aunque no impidió el clásico (y turísticamente obligado) baño de aguas termales al aire libre en una piscina a 37°C.
Una adicción a la sopa de gulash para ampliar el libro personal de recetas con el descubrimiento de este sabroso plato muy adecuado para el invierno que acecha. Un café en lo que podría ser el salón de un palacio, en el Gerbeaud, para recuperar fuerzas y algo de calor corporal con el que continuar el día.
Un apartamento Ikea hasta la médula y completamente nuevo; un simulacro de hogar de un fin de semana, el nacimiento de una idea de independización de compañeros de piso, de experimentar las ventajas y desventajas de vivir con uno mismo.
Una amistad forjada entre el tercer y el cuarto piso del 8A, viajando, cocinando o junto a una taza de té, no importa dónde (Madrid, Barcelona, París o Berlín), no importa cuándo, no importa cómo, porque sea como sea hay cosas más fuertes que la distancia y los pormenores de la vida.
La amistad es otro tipo de amor, y como tal es indestructible y perenne. Es, sin embargo, un amor mejorado, menos voluptuoso e irracional, más libertario, respetuoso y sin prejuicios. La amistad no juzga, sino que simplemente escucha, comprende, apoya, y sobre todo sabe hacer reír cuando más se necesita de una sonrisa.
La amistad es un alma que habita en dos cuerpos: un corazón que habita en dos almas.
Y así pasó un año. Fue un lunes 8 de noviembre de 2010 con un cielo plomizo el que me acogió en Paname.
Un año y cinco días desde que mi actual jefe me llamó, me preguntó que por qué París, que qué iba a hacer yo en otro país, en una ciudad tan grande e inhóspita donde no conocía a nadie, en una pequeña empresa también desconocida.
Fue una conversación breve pero intensa, mis ganas de ir a París y el interés que había despertado en mí su página web fueron más que suficientes para un acuerdo no tácito y de ese modo la referencia de un vuelo llegó a mi mail a la mañana siguiente.
Todo un sueño y una ilusión el vivir en París, y sobre todo en su centro, entre sus calles combinando lo majestuoso y lo sórdido, en una especie de meta personal alcanzada. La ilusión de vivir en el clásico barrio latino-bohemio-universitario desde siempre anhelado a vivir a unos pasos de la impresionante Opéra Garnier.
Y tanto que he recorrido ya en esta magnífica ciudad, y tanto que me queda por recorrer, tantosquais donde sentarme todavía con otro blanc que degustar, tantos cafés pendientes anotados en mi cuaderno verde, tantos parques a los que volver, teatros alrededor de mi casa, tantas ganas de volver a pisar Nôtre-Dame, a ver París anocheciendo desde lo alto del Pompidou, un muro deje t'aimes que aguarda el je t'aime definitivo, domingos paseando por el Marais y degustando cada vez un té diferente, un concierto de mùsica clásica entre los muros de la Saint Chapelle, una cena en lo alto de Montparnasse entourée de todas las luces de París, el Solidays y el Rock en Seine, tantas ofertas de la fourchette, tantos café con encanto,tantas happy hours, tantas inauguraciones de exposiciones de arte, tantas soirées hasta el albaen Mix, Hideout, Elysée Montmatre, Belleville, La machine du Moulin Rouge, Corcoran's, O'Sullivan, Pont Éphémère o chez quelqu'un, todas esas actividades que parecen surgir de la nada (Journées du Patrimoine, Fêtes des vendanges, Fête de la musique, Journées des cultures étrangères),un aquapark, los clásicos apéro-charcu-fromage, los hammams,tantas exposiciones y conciertos espontáneos agazapados en cada esquina...
Una cosa es bien cierto, después de todo este tiempo, también he descubierto que el propio París y su intrínseca belleza innata constituyen la mejor medicina contra París, contra la nostalgia del pasado, los amigos y el calor de la patria.
El otoño llegó disfrazado de tibio verano, con un sol melancólico a caballo entre septiembre y octubre.
Rojo, granate, dorado, marrón, beis, naranja... de colores básicos pasando por sus infinitas tonalidades se vistió París. Los jardines de Luxemburgo, las Tuileries, los Champs Elysées, las avenidas arboladas, los parquecillos, los square en cada esquina engalanados de cobre y oro viejo.
L'automne rezuma nostalgia en cada soplo del viento, en cada puesta de sol que tiñe de rojo las hojas caídas. Una nostalgia que evoca, que hipnotiza, que atrapa el corazón en un vuelco aunque tú no lo sepas.
Hace un año y varios días estaba al borde de un precipicio en medio del Altlas, mirando al vacío y soñando con vivir en París. Ahora estoy en mi salón, en París, y elevo la vista hasta el techo mientras me estremezco con la voz de Quique González.
Otoño, la mejor estación donde inventar mareas, tripular barcos y encender con besos el mar de tus labios.