Esto era un sueño, un primer trabajo y una nueva vida. Una crêpe de chocolate ante una sonrisa azul que escucha una melodía envolvente mientras se pierde románticamente por las calles y entre las páginas de cualquier libro...

sábado, 21 de junio de 2014

Israel & Palestine


Improvisado viaje de placer camuflado con trabajo.

Comenzando el periplo en Beersheva, una ciudad del sur de Israel donde tenía lugar el training de la empresa. Unas de las ciudades más antiguas del país que data de la época bíblica, aunque también una de las más modernizadas: apenas se distinguen los vestigios de su pasado. Cerca de ella se encuentra Tell Beerseba, uno de los tres tells bíblicos junto con MegidoJasor.  Tell significa colina, y se utiliza para designar un yacimiento arqueológico en el Próximo Oriente.

Pese a estar advertidos de que en Beersheva no había "nada", no hay nada como buscar y encontrar. Y disfrutar de unas soirées multiculturales espóntaneas y variadas.
Y es que el grupo no podía ser más heterogéneo: español, francés, filipino, mexicano, indio, americano, ruso eran las nacionalidades que había reunido la empresa en Beersheva.

Y escaparnos para ver nochecer en las afueras de Beersheva, con el sol desgranando tonalidades de rojo entre sus colinas desérticas. Improvisar restaurantes, una partida de bolos, encontrarnos con una fiesta en una especie de jardín cubierto o un concierto al aire libre un martes por la noche.

Sin querer o queriéndolo, acabamos llenando la agenda. Pero si tengo que recomendar un sitio, que sea el restaurante-bar BarBaSaba. Por su inmensa terraza iluminada, sus sofás estilo lounge a lo largo de casa mesa, su buena música y sus cervezas caseras. Por su decoración lunática y uniforme de luces y colores con unas paredes recubiertas de velas, o de antiguas casettes de vídeo y audio que empezamos a olvidar haber visto alguna vez, o de cámaras de fotos, móviles y cualquier cachivache tecnológico como placas base y ventiladores.



Pasar de hotel a un albergue juvenil. De dormir en una cama matrimonial a una colchoneta en una tienda de campaña lejos de todo glamour y confort en la azotea de una especie de nave industrial en el Overstay de Tel Aviv.




Tel Aviv (en hebreo, "la colina de primavera") es puro modernismo, pero aquí en el barrio antiguo de "Jaffa" aún se conserva algo de magia. Sus estrechas callejuelas de piedra ascienden hasta el parque de HaPisga, que junto a un teatro posee una de las mejores vistas de la ciudad, y sobre todo de la costa. La mezquita de Al Bahr, también conocida como la "mezquita del mar"domina la ciudadela y se codea con la iglesia armenia de San Nicolás.


Recorrer en una bici sin frenos y destartalada y atravesar la ciudad por todo el paseo marítimo, bien acondicionado con un amplio carril bici, sin perder de vista el mar. Y degustar un menú típico en el Goldman frente a la playa y el sol coronando el horizonte.



La magia que le falta a la moderna Tel Aviv perdura todavía en Jerusalén, con sus callejuelas estrechas y sus muros colmados de historias.
Lo mejor, el atardecer desde el último piso del Hospicio Austríaco, un edificio emblemático situado en el corazón de Jerusalén, sobre la Vía Dolorosa y que data de la época de las cruzadas.
Desde su terraza, mezquita, iglesia y sinagoga comparten beatíficamente por igual la ciudad.




Atravesar de sur a norte ese archiconocido lago endorreico, el Mar Muerto, recorriendo con el coche los 80 km de esa magnífica depresión de agua salada estancada. Sin embargo, su rico contenido en potasio, bromuro, yeso, sal y otro productos químicos es también su perdición, pues para su extracción es necesario evaporar artificialmente el agua.

Sentir en nuestra propia piel por qué Masada fue una ciudad fortaleza inexpugnable. Durante la primera guerra judeo-romana, la ciudad fue asediada por las tropas del Imperio Romano, sin escapatoria posible y ante la derrota inminente, los habitantes de Masada se quitaron la vida. A partir de ese momento, fue utilizada como bastión de refuerzo de las tropas romanas en Judea, posteriormente abandonada, retomada como refugio de monjes bizantinos (un bosquejo de los mosaicos de los que fue su ermita se conserva todavía) y abandonada de nuevo durante la época de las cruzadas.

Acceder a su cima coronada de palacios y fortificaciones derruidas no es nada fácil. Un angosto sendero, el "camino de la serpiente", excavado en la roca, zigzaguea la ladera de la colina a lo largo de más de 5km, protegiendo Masada con su afilada pendiente de cualquier asalto. 

La alternativa a más de una hora de caminata bajo el sol implacable, el teleférico. La vista desde lo alto, desde lo que queda de los muros y torreones decrépitos de la antigua fortaleza no tiene parangón: el desierto de Judea y el Mar Muerto en toda su extensión, con las brumas de la evaporación de todos sus sulfatos difuminando el contorno de la vecina tierra jordana.



Continuar el recorrido con una parada turística obligatoria en la famosa Mineral Beach donde una zambullida se hacía imprescindible. Un baño salado contemplando las colinas de Jordania que bordean el Mar Muerto. Y si, la sensación de flote es increíble. Y si, la lucha consiste en estar de pie, más bien, estar lo más derecho posible. Y si, llévaos un libro, no ha habido nunca butaca más cómodamente etérea.


Sin olvidar el tradicional baño de barro a libre disposición en enormes toneles junto a la orilla. Si cubrirse de barro puede ser todo un juego, dicen que además estimula la circulación y renueva las células de la piel.

La sonrisa se tuerce en la parte norte del Mar Muerto, la franja de Cisjordania, también conocida como el West Bank, donde las alambradas y los escombros de viviendas resaltan la amargura y el sufrimiento de esa tierra.

Diez días de viaje y de paz aparente, esquivando un conflicto de más de sesenta años sin por ello dejar de escuchar los testimonios de ambas partes. Sentir que una gran mayoría solo ansía la paz, y nada más que la paz.

La víspera del retorno, habiendo retrasado el vuelo de vuelta a París al máximo con ese afán de descubrir, de experimentar y de romper con la rutina sin dejar de aprovechar cada oportunidad que ésta nos proporciona.

Después de un último anochecer frente al mar desde el paseo de Homat Hayam, picoteo de humus en el rooftop del albergue mientras el ocaso se lleva consigo las últimas luces del día. La brisa marina sacude los toldos y sofoca el calor de la jornada.
Los hippies trotamundos que me rodean se cuentan su vida de aventuras mientras comparten una cachimba. Yo desconecto de todo y me imagino uno de ellos por un momento, por unas horas.



Y es que siempre es bonito volver y disfrutar de la rutina.



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